domingo, 22 de mayo de 2016

RESEÑA DE TOKIO BLUES


RESEÑA DE TOKIO BLUES

Tokio blues es una novela romántica del japonés Haruki Murakami publicada en 1987 cuyo título original, Norwegian Wood, está tomado de una canción de los Beatles.

En ella se habla del paso de la adolescencia a la madurez. La pérdida y la sexualidad son sus temas principales. Refleja la soledad y el ansia de amor de los jóvenes en una sociedad muy cerrada en la que no se integran y que les lleva a sentirse extraños en cualquier parte: “La gente es extraña cuando tú eres un extraño”.

 El protagonista, el joven Toru Watanabe, cuenta en primera persona, con un tono nostálgico que le despierta precisamente el escuchar esa canción, el tiempo en que vivió en Tokio como estudiante universitario y los recuerdos sobre sus relaciones con dos muchachas: la bella, sensible y complicada Naoko y la alegre y sociable Midori. Watanabe tiene que elegir entre la fantasía y la realidad. Como telón de fondo, las protestas estudiantiles de finales de los sesenta contra el orden establecido.

Los personajes se sienten incapaces de mostrar sus sentimientos reales. Son jóvenes torturados por las ausencias familiares, por la presión, por el miedo a ser adultos. El sentimiento de culpabilidad está muy presente en su psicología. El suicidio planea sobre sus mentes como la causa de sus problemas o como la salida de ellos.

Midori es el personaje más real; ella vive y tiene problemas reales, familiares, económicos, pero es la más fuerte y alegre de todos. Ella es la prueba de que se puede no caer en el pozo, en la depresión. Por otra parte, Reiko es el único personaje adulto, una persona quebrada en el paso de la juventud a la madurez, que ahora dedica su tiempo y esfuerzo a evitar que otros sufran como ella. Tras muchos años de miedo a la vida, de pensamientos destructivos, ella es la prueba de que, si se resiste, se puede vencer. Solo hay que tener el valor de llegar.    

Haruki Murakami, hijo de profesores de Literatura japonesa, educado en un ambiente intelectual, de gustos musicales y lecturas occidentales, a lo largo de la novela invita a los lectores a descubrir o compartir sus autores, compositores, obras y canciones emblemáticos. De hecho la música transita toda la novela, y la literatura crea vínculos de unión entre los distintos personajes y algunas situaciones que recuerdan y homenajean a sus novelas favoritas.

Hay coincidencias biográficas entre Murakami y Watanabe: el gusto por la cultura  occidental, estudiar teatro griego, trabajar en una tienda de discos, ser una persona solitaria… Aunque él manifiesta en las escasas entrevistas periodísticas que ha concedido que esta novela realista no fue sino un experimento, un alejamiento de su modo habitual de escribir, lo cierto es que Tokio Blues fue un best seller y convirtió a Murakami en un ídolo de la juventud en su país. Eso no fue del agrado de este  hombre un tanto huraño, que huyó de Japón y se fue a vivir a Europa y después a América pero que regresó tras el terremoto de Kobe en 1995.

Favorito para el premio Nobel en los últimos cinco años, Murakami nos ha ofrecido una lectura con la que hemos disfrutado mucho y ha generado un debate muy interesante, porque a pesar de no estar muy versados en la cultura del país del Sol Naciente lo que describe son los  sentimientos de cualquier adolescente en cualquier época y lugar; su lucha por encontrar un lugar en el mundo, su miedo a crecer y a la vez su deseo de hacerlo.

Carmen Truchado Pascual

miércoles, 4 de mayo de 2016

RESEÑA LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO


LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO 

Parece que nuestras últimas lecturas vuelven a ser un paseo por la soledad. Lo paradójico de este hecho estriba en que, en el fondo, en todo libro  hallamos un intento de huida de la soledad misma, tanto por parte del autor como del lector. Nos movemos de la soledad del aristócrata francés Saint-Exupéry en El Principito, a la del autodidacta y prolífico autor inglés de clase obrera Alan Sillitoe en La soledad del corredor de fondo.

La soledad del corredor de fondo es un libro de relatos que toma el título del primero de ellos, justamente el que hemos leído y comentado. Fue escrito durante su estancia de cinco años en España, en Alicante concretamente. Es el segundo libro que escribió. Está ambientado en su ciudad natal, el Nothingham obrero de los años cincuenta.  Es posiblemente su mejor libro, a él le debe su gran fama y en su momento ya le confirmó como uno de los más importantes escritores de su generación.

Tanto en el relato como en el resto del libro los personajes son marginales y se rebelan contra la situación social en que les ha tocado vivir. El espíritu de todos ellos es un poco el espíritu del autor pues, a pesar de que no es un libro autobiográfico, refleja vivencias de su infancia, su familia o su entorno social y bastante de su visión del mundo. Aunque Sillitoe negara su adscripción, como algunos críticos pretendían, al grupo de los Angry Young Men, lo que no podía negar es que sus personajes eran auténticos jóvenes airados.

Narrado en primera persona, con un estilo sobrio, natural, sin concesiones literarias, cuenta la historia de un muchacho de diecisiete años llamado Colin Smith, de baja clase y familia desestructurada, al que meten en un reformatorio por un atraco a una panadería. Allí podría ser rehabilitado para la sociedad a través del deporte pues descubren que tiene excelentes facultades para correr. De paso conseguiría para el reformatorio el premio que el director tanto anhela, lo que le convierte en el favorito de los jefes.

Pero Colin tiene una rabia indomable, un profundo sentimiento de ser objeto de  injusticia por lo que le ha tocado en suerte y una negativa total a dejarse domesticar, eso que en El Principito veíamos como crear vínculos. Es listo, (con una inteligencia natural ya que no una educación formal) soberbio y desconfiado, está enfadado contra todo y contra todos y desprecia a todos los que le rodean. Está en guerra perpetua contra el mundo, algo que descubre cuando le envían al reformatorio, y como él dice, le enseñan la navaja.   

El gran acierto de Sillitoe fue no ofrecer una solución; ni ganar ni rendirse es posible, así que al protagonista sólo le queda hacer lo que hacen los perros acorralados: enseñar los dientes y morder la mano que le alimenta.

Colin, anarquista individualista, que no se siente parte de nada, ni de su propia clase, decide que lo único que puede hacer es ser fiel a sí mismo. Él se siente y se afirma como honrado y sincero frente a la hipocresía de la sociedad “recta”. Y para conservar su dignidad decide perder la carrera porque eso significa ganar la batalla contra el sistema, aunque nadie lo entienda. Terco, rebelde hasta el final, prefiere perder antes que integrarse, antes que colaborar con el director y lograr la copa para su reformatorio.

Colin conoce la sensación de soledad que invade al corredor de fondo cuando surca los campos y se da cuenta de que para él esa sensación es lo único honrado y genuino en el mundo. Colin es la exageración irreverente del propio Sillitoe, quien tenía claro que su decisión de abandonar la fábrica de bicicletas, donde empezó a trabajar a los catorce años y donde había trabajado su padre, para llegar a ser escritor, le separaría para siempre de los de su clase, aunque fuera para escribir sobre ellos como si perteneciera más a la clase obrera que ellos mismos.

El camino del escritor, especialmente del escritor de clase obrera,  es la soledad. Sillitoe lo sabía y lo aceptó.

En resumen, vemos en La soledad del corredor de fondo el grito desesperado de unos adolescentes de clase obrera insatisfechos, enfadados y rebeldes que representan una ruptura generacional. Sillitoe hizo lo que nadie antes: supo traducir esos sentimientos, sin sentimentalismos, supo describir personas deshumanizadas por la pobreza, la ignorancia y la injusticia que no creían en la posibilidad de salvarse, sino de mandarlo todo al infierno y simplemente seguir viviendo. Lo triste es que hoy, más de cincuenta años después, muchos jóvenes siguen siendo víctimas de la sociedad industrial y se siguen sintiendo frustrados, alienados y airados. Pero lo más triste es que para empatizar con Colin Smith o con todos ellos, tal vez haya que estar de su mismo lado.

Carmen T.