miércoles, 15 de marzo de 2017

RESEÑA DE EL ÁRBOL DE LA CIENCIA


PÍO BAROJA: EL ÁRBOL DE LA CIENCIA   

A la mayoría de los participantes en la tertulia nos ha gustado mucho leer o releer El árbol de la ciencia del noventayochista Pío Baroja.  La apuesta por los clásicos es siempre una apuesta segura.

Y lo que hace que un libro sea un clásico es su intemporalidad, que no se consigue sin una gran calidad tanto en el plano formal como en el de las ideas que expresa.

A pesar de haber transcurrido más de cien años de la publicación del libro, se tiene  a veces la sensación de que está escrito ahora mismo, porque plantea debates y críticas de actualidad.

Baroja fue, además de un gran lector, un gran viajero, y destaca por su capacidad para describir pueblos y paisajes y sobre todo personajes, con una especie de arte de pintor magistral. Es un gran captador de ambientes, evocados sin duda de su experiencia vital. Siente predilección por reflejar el mundo de  las gentes humildes y al mismo tiempo por los tipos raros, absurdos. Es un escritor tremendamente crítico y escéptico con la sociedad, la política y las costumbres.

 Con un argumento y una caracterización del personaje semiautobiográficos, Baroja nos transmite amargura existencial, hastío, angustia, incertidumbre ante el futuro..., temas todos ellos característicos del 98.

Hombre  de gran inteligencia, indeciso respecto a su vocación, mal estudiante por culpa de su carácter y desinterés, Baroja, al igual que el protagonista de la novela, su alter ego, se doctoró en medicina y ejerció la profesión de médico. Pero ambos no tardaron en advertir que no era lo suyo, riñendo con el médico viejo, con el párroco, con el alcalde y hasta con los pacientes, abandonando el trabajo e inclinándose hacia el mundo de los libros. Autor y protagonista nunca se vieron a la altura de sí mismos.

 En esta obra, cuya  parte central es un debate filosófico desarrollado en las discusiones entre el protagonista, Andrés Hurtado, y su tío, se plantea la contraposición entre dos movimientos filosóficos. Ante el pesimismo nihilista de Schopenhauer, que está en el espíritu de Baroja y por tanto de Andrés, se pueden tomar dos caminos:

 Iturrioz, el tío, opta por el vitalismo en su vertiente nietzscheana: abolir los valores judeocristianos traerá consigo un nuevo tipo de hombre que, frente al sinsentido de la vida, no caiga en la desesperación, sino que esté inclinado a la lucha, a la acción.

 Andrés representa el positivismo, la confianza en que el progreso de la ciencia terminará resolviendo también los problemas más profundos de la vida humana. Sin embargo, educado en el materialismo médico y marcado por el criticismo kantiano, la moral cristiana y la seducción del neobudismo de Schopenhauer, Andrés Hurtado no logra corregir su desgana de hacer y de vivir. El gran problema para Andrés es la  contradicción que hay entre ciencia y vida, expresada ya en el Génesis de forma metafórica: Frente al Árbol de la Vida, el Árbol de la Ciencia, que da título a la novela.

La ciencia no servirá nunca para dar sentido a la vida del hombre.

El final trágico de la novela representa el triunfo de Schopenhauer, del veneno nihilista que marca la personalidad de Andrés y también de España, el tema de fondo en los autores de la generación del 98. Desde un punto de vista individual, Andrés Hurtado, idealista hasta la médula, ve en la muerte algo de consuelo: el mundo no continuará tras su muerte.

Carmen Truchado Pascual